Una se cree que cuando se echa novio el problema de las humillantes preguntas familiares ya está
resuelto y va a la boda de Maripili como una reina, cogida del brazo del que
cree que le evitará un nuevo bochorno en la mesa familiar, imaginando que este año
le tocará a otra –que rule, que rule-. Pero no. La tía Enriqueta pasa a la
siguiente casilla y cuando menos lo esperas te escupe: “Y vosotros ¿qué? ¿Que
no vais a casaros o qué?”. Si la relación es de poco tiempo es una manera estupenda
de espantar al chaval, que bastante tiene con haber accedido a acudir al
bodorrio de Maripili y soportar las miradas de la familia, y si es una relación
seria y larga es una forma maravillosa de agobiar al muchacho y de sacar a
colación el delicado asunto de la boda y la mantilla de chantilly.
Pero ahí no acaba la cosa. Al final el muchacho compra un
anillo y te pide en matrimonio –total, no le queda otra- y tú te compras tu
mantilla y a la vicaría de cabeza, y mientras dices el ‘sí, quiero’ piensas en
la tía Enriqueta y en cómo vas a callarle la boca con tu traje de Rosa Clará y
tu mantilla de dos metros. Pero no. La tía Enriqueta se las sabe todas y en
mitad de la celebración decide protagonizar un brindis y espeta eso de: “Ahora
a por los niños, no lo dejéis mucho que ya tenéis una edad y sobre todo tú, que
ya no eres una niña”. Y tú allí, con tu vestido blanco, tu copa de champagne y
tu nueva humillación a la espalda que te han llamado vieja y presunta yerma en
tu propia boda. La tía Enriqueta no encuentra límites.
Y te preñas hasta la boca y vas con tu barrigón por delante
esperando encontrarte con la tía Enriqueta para darle un barrigazo repentino y callarle
la boca, pero mira tú por donde, no hay reunión familiar a la vista donde
puedas lucir tus deformidades corporales propias de la gestación. Pero bueno,
la verás cuando des a luz.
Y así es, la tía Enriqueta que es porculera, pero muy cumplida
–que ella va a misa todos los domingos y además es de las que se sabe todos los
ruegos y oraciones y los recita en alto para que sepan que ella es una católica
de pro y muy cultivada- viene a ver a la criatura y a ti, de paso, que estás
postrada en una cama, agotadita del parto y de las primera horas de madre, pero
pintada como una puerta, eso sí, que llevas esperando a la tía Enriqueta desde
la primera contracción.
Y allí, más muerta que viva, cuando le señalas al bebé para
que lo vea y diga lo guapo que es y te felicite por el parto y asuma que no le
quedan más preguntas en la guantera con las que torturarte, va y dice aquello
de “Bueno ¿y el segundo qué? No lo iréis a dejar solo, ¿no?”. Y tú con tus
puntos frescos y tu malestar generalizado de recién parida, matarías por tener
la placenta a mano para tirársela a la cara y callarla para siempre de un
placentazo mortal, pero no la tienes y te dejas vapulear una vez más y en
secreto planeas cuándo tener al segundo –sobre todo por guardar la placenta- y piensas
¿qué demonios podrá preguntarme entonces?
NOTA
Como comprobarán, este post se centra en exclusiva en las ‘humillantes
preguntas’ que, de un modo cronológico te escupen a la cara las tías
Enriquetas durante aproximadamente una década o dos, bajo la excusa de ayudarte a centrarte en el buen camino y a seguir lo que ellas suponen que han de ser
los pasos indispensables en una vida de bien…
No obstante, dado el creciente interés de nuestros lectores por
el asunto y sus sabias aportaciones a las ‘humillantes preguntas’ a las que se
somete a los padres de hoy en día a lo largo de toda su vida y ya sea por parte
de la familia o de uno que pasaba por allí, nos vemos obligados a trabajar en
un nuevo post que se llamará algo así como ‘Preguntas y comentarios
impertinentes con los que mortificar a una madre’ y que tendrá, me temo, muchas
más de dos partes… ¡¡Gracias!!